Contes en castellà

Conte 3: Cancún la chica del cancán



Ella se llamaba Cancún. Tenía los ojos verdes kiwi y los labios morados. No era glamourosa, como otras, pero podía presumir de algo que otros no, el arte. Su arte efímero. Dulce. Majestuoso.
 La conocí un día de playa, que paseaba por la orilla del mar. Vi un toldo, sostenido por cuatro palos, y dos cuerdas. La tela era negra, sucia y parecían dos trapos viejos cosidos. Yo estaba con mi prima y decidimos entrar en aquel lugar recóndito, que parecía ser sacado de un cuento de miedo.
Al entrar la vimos. Se movía al ritmo de la sinfonía nº5 de Beethoven. Bailaba, como baila la seda sobre el mar. Como las hojas se agitan al soplar del viento. Era, como ver que el cuento en el que estaba, se teñía de purpurina que brillaba al reflejo del sol. No había nadie, y la mujer parecía no habernos visto. Al terminar la canción, aplaudimos de una manera tal, que ella nos vio. Su sonrisa parecía que se había de romper, era frágil y dulce al mismo tiempo, pero demostró que era la primera vez que alguien la congratulaba con un entusiasmo de este calibre. Alguien salió de no sé donde, y se puso a romper la elegancia que reinaba en aquel momento mágico. Ella desapareció en pocos segundos. El hombrecillo, que ahora estaba en un lugar visible, nos lo contó todo. Resulta que ella, cuando aún era una xiquilla de cinco años se perdió en un teatro. Él, Makarius, la había encontrado, y dado una orden para que se buscase a sus padres, pero nada ni nadie la reclamó. Él y el circo la criaron, y se hizo mayor a los brazos de una bailarina. Esta le enseñó todo; coser, cantar y bailar. Makarius también nos dijo, que él le enseñó a leer y escribir, mas lo que aprendía de los payasos.
No era una chica normal, ni lo que se conoce por eso. Tenía una gran peculiaridad, nunca, des de la muerte de la bailarina, que yacía muerta hacia 10 años, se quitó su cancán. Hecho de seda, alambre y un trozo de tela rojiza, ya descolorida por el tiempo. Por eso era conocida como la chica del cancán.
Nunca nadie, la había visto sin la prenda de ropa. Era como un diente que cae, y el nuevo se queda. La tiza que se pega en el borrador y no sale. Se dijo que se lo había regalado su nodriza, y que lo llevaba por eso. Otros decían que era una maldición, y otros que era cuestión de amor. Amor a lo bello, hermoso, delicado, a aquella persona que un día le robó el corazón y que nunca se lo devolvió.
El señor, se quedó latente, como petrificado por la brisa marina que soplaba. Estaba en un estado indescriptible. Paró el relato. Tragó saliva y explicó que no la dejaban salir porque un médico les dijo que padecía de alergia al sol. Tenía fobia a la multitud, y por lo tanto siempre bailaba sola, sin nadie que la observase. Nadie la corregía, ni la decía nada.
Muchas cosas nos contó, y otras se las quedó para él. Pero nos dijo que no hablásemos con ella, que no hablaba con nadie, porque des de la mayoría de edad, era un pollito que no quería salir de la cáscara aunque lo necesitase. Estaba perdida en el camino de la soledad.
Se largó. Así, sin más, sin dar explicaciones, fundiéndose en el oscuro paisaje. Ella volvió a salir. Con su cancán y un tutú plateado por encima. Las puntas, en la mano y el carmín en los labios, ahora más bonitos por el color rojizo. Se colocó bien el vestido, y terminándose una manzana, empezó a bailar. Esta vez el lago de los cisnes. ¡Espectacular su actuación! Mejor que la otra. Movimientos dulces, y enternecedores. Bailaba, tenía todo el escenario. Nosotras la miramos y la contemplábamos como un gato a un pájaro, que lo desea pero no puede llegar donde está. Era espectacular, cada vez la música parecía acompañarla más. Hasta que se terminó. El paraíso en que habíamos entrado, volvió a ser el que era antes de eso, de esa magnífica coreografía.
Nos fuimos. Y no quisimos arrebatarle la preciosidad en que esta paloma blanca volaba. Cancún miró, nos sonrió y se volvió al escenario.
Los días pasaban, pero pese a mi insistencia, mis padres no tenían ningún plan de volver a llevarme a la playa. No les había contado nada, solo que nos fuimos a jugar. Por fin un día, mi tío decidió llevarnos a pescar, y fuimos al lugar.
Nada había, ni nada estaba. Ni rastro del circo, de la dama, del hombre. Solo había dos entradas para un teatro. Las cogimos, las guardamos, y nos fuimos. Al día siguiente, nos fuimos a ver la actuación. Dijimos que habíamos quedado para salir con las amigas.
Era ella, bailando en el escenario, la sinfonía nº5 de Beethoven. Nos quedamos estupefactas. Cancún bailaba, se movía, con sus preciosos movimientos y su risa, ahora ya más alegre. Aunque no lo pareciera, estaba improvisando. Al terminar la función, todos aplaudieron. Ella saludó, se dio la vuelta, y se fue entre cortinas.
Pasaban los días, y volvía a actuar. Aunque nosotras solo fuimos una vez, ya hubo suficiente para contemplar aquel maravilloso espectáculo. Siempre llevaba el cancán. Se terminaron las funciones, a los dos meses. La buscamos para hablar con ella. Pero nadie supo dónde estaba. Preguntamos a todo el mundo, pero ella, no aparecía. Desapareció, así, sin más, como Makarius el día en que la vimos por primera vez. Esta vez no tuvimos segunda oportunidad para verla, pero nos conformamos con la primera.
A los pocos días, vimos en el diario, que una madre buscaba a su hija perdida un día en un circo, que la había visto actuar, y que sobre todo, si alguien pudiera decírselo. Pensamos que era ella, aunque ya no supimos que paso porque nadie la había visto des de el último dia.